Admin maestro
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| Tema: anecdotas Lun 08 Oct 2007, 07:20 | |
| Los artistas y los pintores tienen muchas historias, les narro algunas. Un día Picasso, acompañado por “ La banda Picasso”, este grupo estaba formado por el poeta Guillaume Apolinaire, Jean Cocteau, Juan Gris, Georges Braque, el aduanero Henri Rouseau, el poeta y pintor Max Jacob, y otros. Estos eran los artistas que vivían o frecuentaban Le bateau- Lavoir, para esa época, eran talleres-habitación que al comienzo del siglo XX compartían muchos artistas, lugar o mejor dicho, cantera del Arte Moderno. Habían venido a París en busca de enriquecerse intelectualmente, y también, lograr la fama; París era el sitio donde los artistas de todas las partes del mundo querían venir a trabajar y exponer... Total, la historia no sé o no recuerdo muy bien donde ni la fecha exacta de esta anécdota; pudo haber sido en Montparnasse, en el Café la Coupola, lugar frecuentado por pintores, poetas e intelectuales a comienzos del siglo XX, o cuando, Picasso vivía en la Rue des Grands-Augustins, para ese entonces, década de los 30, ya que para esa fecha trabajaba para el marchante de arte Kahnweiler, o bien, yo pensaría, que fue cuando Picasso ya vivía en el sur de Francia, porque en realidad, pienso que cuando subsistían en el Bateua- Lavoir en Montmartre no tenían mucho dinero para ir al restaurante. En ese momento era la miseria total... La historia narra, que el grupo había tomado y comido bastante y entre chistes y chistes, vino y más vino, comida y comer hasta la saciedad, hablar de arte, comentar sus últimos cuadros, sus poesías y hablar de sus conquistas amorosas, sobre todo Picasso que contaba las transformaciones, las cuales, se producían en su obra cuando tenía una nueva musa. Y es verdad, cuantas mujeres, cuantas tendencias en su obra... Las manecillas de los relojes habían dado varias vueltas, las horas y las horas pasaron y llegó el momento que había que pagar. Cuando apareció esa hora crítica, todo los demás pintores se hicieron “los locos”y como sabían que él ya comenzaba a vender en dólares a los ricos coleccionistas americanos, pensaron que era él, el candidato para pagar y miraban con sumo interés a Picasso. Muy hábilmente, Picasso retira los platos, cubiertos, botellas y resto de comida del mantel blanco. Inmediatamente, tomó su pluma e hizo un dibujo, y llamó a la dueña del restaurante para pagar con ese dibujo, los gastos del almuerzo, la propietaria se alegró y con una gran sonrisa le dijo a Picasso: ¿ Me lo puede firmar por favor? Y él le respondió: “ Yo estoy pagando el almuerzo, no, estoy comprando el restaurante”, y se fueron celebrando la genial respuesta de Picasso, indudablemente, que esta historia se pasó cuando ya él era un artista conocido y su obra ya tenía un gran valor artístico- económico. Cuentan que Auguste Renoir, ( Francia 1841-1919) pintor impresionista de paisajes y de desnudos, ya había logrado mucha fama y producía cuadros y más cuadros, para abastecer a la clientela y sobre todo a los museos del mundo que querían tener en sus colecciones públicas obras de este gran artista. Era el éxito con el cual, sueña todo artista; ser aplaudido y reconocido. En sus últimos veinte años se le hacía difícil pintar; sufría de artritis. Un día vino a visitarle un representante de una conocida fabrica de perfume, que le pidió al maestro Renoir, que le hiciera un dibujo para la etiqueta de los perfumes. Renoir tomó una pequeña hoja de papel y con el lápiz hizo el dibujo con gran rapidez ante el asombro del representante. En apenas unos cinco minutos había dibujado un pequeño bosquejo. Cuando se lo entregó, el señor le preguntó: ¿ Cuánto le debo por el dibujo, maestro? Renoir le pidió una elevada cifra. El señor le dijo: “Por tan poco tiempo, lo encuentro muy caro” y Renoir le respondió: “Cinco minutos, más setenta ocho años”... Le estaba cobrando, no el tiempo que había durado haciendo el dibujo, sino todos los años de experiencias como artista.. Era como un niño, que jugaba con figuritas hechas de alambre, madera y corcho y que saltaban en trapecios. Era un circo en miniatura, que lo hacía para divertirse y animar las tardes en compañía de otros artistas. Eran los primeros años en París; los años difíciles para ese desconocido norteamericano, llamado Alexander Calder(1898-1976) Los años pasaron y el circo se convirtió en formas ovaladas, círculos que se paseaban por el espacio o mejor dicho, bio-formas, las cuales, se mueven por el lugar como si fueran hojas, o nubes en movimiento... el aire movía esas piezas que llenaban espacios cada vez diferentes. La naturaleza contribuía a crear y recrear cada segundo las formas en desplazamiento; formas que se balancean entre ellas, formas poéticas, las cuales, se convertían en una nueva visión. Los colores amarillos, azules y rojos eran la gama utilizada y esos trabajos los llamó “Móviles”, obras de gran belleza, creaciones que cautivan por su movilidad, por su trasformación a cada instante y que se modifican constantemente al infinito. También realizó esculturas monumentales para espacios públicos llamadas “Inmóviles” Sin embargo, los colores nunca cambian, son los mismos desde los primeros trabajos, azul, rojo y amarillo y de nuevo, rojo, amarillo, y azul. Ya era famoso, su obra era expuesta en el mundo entero y cotizado en miles de dólares, era un artista reconocido por su aporte al arte... y un día vienen a entrevistarlo. La joven periodista le pregunta: ¿Por qué usted utiliza siempre los mismos colores: Rojo, amarillo y azul? Ella esperaba que él dijera, o diera un discurso y se extendiera con una gran explicación y muy lacónicamente, Calder le respondió: “Es lo único que sé hacer”... recopilación: Esteban Castillo
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